Por un momento dejó que su mente volase, abstraída en un mar de pensamientos; recostada en la cama miró los juguetes dispuestos en el estante junto a la ventana hexagonal del altillo. En silencio los contempló uno a uno: la muñeca de trapo con el pelo de lana roja, el corazón de peluche, la estrellita de vidrio azul, el pequeño cofre de madera… en él detuvo la mirada unos instantes para luego cerrar los ojos.

Me siento una rana, hechizada, ¿dónde está mi príncipe para que me bese? Voy a morir croando… hoy parece que hasta el cielo conspira en mi contra, ¿y las estrellas?, ya ni una queda... una a una fueron apagando su luz dejándome sumergida en esta oscuridad que se me hace eterna —Suspira—, si tan solo te dieras cuenta que sigo esperando tus besos y tu amor eterno… ¿será acaso otra vida la nuestra?, la de nuestro amor invencible… una lágrima asoma y se confunde en el agua oscura que la rodea, ¿será? Que el universo se apiade de mi pesar… Mañana con la llegada del sol, un príncipe vendrá a mi charco… sí, tal vez, un nuevo aliento de esperanza…

—¡Némesis la cena está lista! —A desgano abrió los ojos y dio un par de vueltas en la cama, ¡no tenía hambre! Intentó incorporarse pero le ganó el cansancio; cerró los ojos y con un nuevo impulso se puso de pie. Se calzó las sandalias con plumas rosa, se alisó el vestido de princesa y dio unos pasos hacia la puerta…

Extraido de Akasha - La tribu de los espíritus - Capítulo 1: "Inicio".

A partir del momento en que Némesis descubrió su don, todo fue distinto. Se volvió más segura de sí misma, y el desarrollo paulatino de su cuerpo colaboró en fortalecer su autoestima.
Ya no fue más la niña que todos señalaban; al contrario, con el correr del tiempo, comenzaron a hablar de ella, de sus virtudes, de su inteligencia, de su belleza, lo que hizo enaltecer su ego al punto de convertirse casi en déspota.
—¿Será la juventud? —pensó su madre—. Quizás, o quizás deba hacer algo —el cambio había sido tan radical y estaba tan feliz de verla con esa actitud desafiante para enfrentar la vida que le permitía todo.
Así pasó los últimos años de la infancia, la adolescencia, el despertar de la sexualidad y la rebeldía de la juventud. Se convirtió en una máquina de cosechar éxitos hasta ese día que cambió su vida para siempre…

Abrió los ojos.  Se encontró en un túnel largo y oscuro  .Sintió miedo, frío, soledad.
—¡Mamá! —gritó—, ¡que alguien me ayude!—Pero nadie la oyó—.¿Dónde estoy? —dijo en voz baja mirando a su alrededor—, ¿cómo llegué acá? —Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se sentó en el túnel incapaz de avanzar; se acurrucó tomándose las rodillas entre los brazos y se le llenaron los ojos de lágrimas.
No podía dejar de mirar la luz al final del corredor; finalmente se quedó dormida.
Despertó con la esperanza de que todo haya sido un sueño, pero la realidad la encontró en el mismo lugar frío en el que estaba.
Se puso de pie siguiendo un impulso y caminó hacia la luz con temor, pero con decisión.
La imagen se hacía cada vez más nítida, más real: ¡había un bosque del otro lado!; el viento agitaba las ramas en un suave murmullo que la atraía, la atrapaba, y cuando quiso darse cuenta, ya estaba inmersa en aquel lugar de ensueño.
Volvió la vista atrás y el túnel ya no estaba. Ahora todo lo que veía era un enorme bosque de árboles de troncos gruesos y de gran altura; eran sequoias, las conocía porque lo había estudiado en el secundario…
Los rayos del sol se filtraban entre las ramas dando al paisaje un atractivo especial; se animó y caminó entre los árboles dejándose llevar por el canto de los pájaros y la belleza del lugar.
Pasó un rato largo antes de que su mente comenzase con las preguntas de rigor. —¿A dónde vamos?, ¿cómo volvemos a casa?, ¡ahora ni el túnel se ve! —Solo logró ponerse más nerviosa de lo que estaba y rompió en llanto.
Se dejó caer al pie de uno de esos tantos árboles y lloró hasta quedarse vacía.
De a poco todos los sentidos fueron despertando y se dejó llevar por el ruido del agua que provenía no muy lejos de allí. Un pequeño arroyo fluía entre las piedras y se acercó para tomar varios sorbos de agua. ¡Estaba helada!, ¡pero cuánta sed tenía!; las grosellas que había encontrado a orillas de los senderos habían engañado a su estómago, al menos por un rato…
Desde que llegó, no dejaba de escuchar sonidos que le hacían recordar voces; su mente imaginaba que le hablaban y trataba de descifrar las palabras que llevaba el viento.
Contempló el arroyo con la vista fija en una pequeña piedra del fondo; levantó la mano derecha y el curso de agua se detuvo. Sonrió.
Al menos no perdiste tu don —dijo su mente.
—¿Y para qué me sirve? —pensó.
Nadie respondió, ni siquiera su voz interior.

Extraído de Akasha - La tribu de los espíritus - Capítulo 3: "Cambios".